Ensañamiento

RONCAL ALONSO, Blasa

 

  • Natural de: Allo
  • Nacida el: 20-12-1900
  • Edad: 35 años
  • Estado civil: Soltera
  • Profesión: En casa
  • Asesinada en: Lerín
  • Asesinada el: 8-8-36
  • Afiliada a: CNT
    [01]
Más información:
«Alguna otra, como una anarquista de Allo llamada Blasa Roncal, se enfrentó con dignidad a sus asesinos, que la querían violar previamente a su ejecución. Se defendió hasta la muerte.» [02]
Fuentes:
[01] «Navarra 1936...»
[02] Gara «75 Años de la barbarie franquista» Iñaki EGAÑA : VER
[03] Asociación Isaac Puente. VER

 

LAFRAYA FERNÁNDEZ, Cármen

Villafranca, 8-2-1912. Fue violada en presencia de su padre LAFRAYA ALCAIDE, Esteban (UGT) y luego ambos fueron fusilados en Cadreita, 29-9-36.

En el bloque de Villafranca aparecen citadas 6 personas con el apellido Lafraya, posiblemente todas guardaban algún grado de parentesco.

Cita en un texto de homenaje a las víctimas de Villafranca/Alesbes:

«El día 29 de septiembre, una fecha marcada a sangre y fuego en el calendario de nuestro pueblo, coincide en el tiempo con la detención y asesinato de Esteban Lafraya y su hija Carmen Lafraya quien fuera violada antes de terminar con su vida violentamente, como aún recuerdan con horror las personas mayores que vivieron aquellos años.» VER

Cita en un reportaje sobre las violaciones sistemáticas de las mujeres que en muchos casos acaban asesinadas para tapar la fechoría o para sembrar terror en sus localidades:

«
En Nafarroa, las violaciones de Maravillas Lamberto, Carmen Lafraya y las hermanas Asunción y Adela Campaña causaron una gran conmoción por el hecho de que luego fueron asesinadas, y dejaron un recuerdo imborrable en la memoria popular. Los vecinos de sus localidades, de una u otra ideología, las recordaron entre la congoja y el temor. Alguna otra, como una anarquista de Allo llamada Blasa Roncal, se enfrentó con dignidad a sus asesinos, que la querían violar previamente a su ejecución. Se defendió hasta la muerte.» GARA. 75 años de la barbarie franquista. VER

CAMPAÑA ORTÍZ, Asunción

  • Natural de: Sos del Rey (Zaragoza)
  • Nacida en: 1869
  • Vecina de: Sangüesa
  • Edad: 37
  • Fusilada en: Izco (Navarra)
  • Fecha de muerte: 30-7-1936
  • Estado Civil: Casada
  • Marido: Antonio Palacín
  • Trabaja en: Casa.

Más Información:

«Asesinada por el fascio. Con toda probabilidad ligada al movimiento libertario, como su hermana.»

Natural de Sos y vecina de Sangüesa. Violada y asesinada con su hermana Adela en Izco. Los tres hijos de Asunción, Eugenio, Máximo y Primitivo Palacín, fueron fusilados en Sos y Zaragoza.

En SOS aparecen cinco asesinados con el apellido Campaña de primero o de segundo, seguramente familiares. Falta confirmar este extremo.

Fuentes:

- Navío Anárquico.org

- «Navarra 1936...»

ALONSO PRADO, Francisca

  • Francisca Alonso Prado - AzagraNacida en: Azagra
  • Nacida el: 4-6-1896
  • Vecina de: Azagra
  • Edad: 40
  • Estado civil: Casada (LOSANTOS SAN BARTOLOMÉ, Filemón)
  • Hijos: 3
  • Trabaja en: En casa
  • Asesinada en: Calahorra
  • Fecha de muerte: 5-9-36
  • Afiliada/Simpatizante: IR
    [01]

Más Información:

Asesinada el 5-09-1936 junto con su hermano Gregorio y su marido Filemón Losantos San Bartolomé. Dejó tres huérfanos. Al día siguiente matan en Zaragoza a su hermano Amancio Alonso Prado. [02]

Familia masacrada:
Asesinados ella, 2 hermanos y el marido. Al menos cuatro familiares directos.

Fuentes:

[01] «Navarra 1936..»

[02] «Los crímenes del franquismo» Iñaki Egaña

Ficha en memoria pública: VER

CALLEJA AGUADO, Simona

 

  • Nace en: Cabanillas
  • Nacida el: 1918
  • Edad: 18
  • Estado civil: Soltera
  • Hija de Alfonso Calleja y de Felisa Aguado
  • Trabajadora: En casa
  • Asesinada en: Valtierra
  • Fecha de muerte: 12-8-36
  • Afiliada/Simpatizante: PC
    [01]

 

Más información:

Simona contaba con 18 años y es asesinada y maltratada cruelmente.

«Fue asesinada junto a su madre, Felisa Aguado, de 64 años. A Simona le cortaron el pelo y la encerraron en la cárcel del pueblo. Parece que ese era el único castigo previsto. Pero una noche fue violada repetidamente. Los vecinos oyeron los gritos desgarradores de la pobre Simona. Los violadores, temerosos de una denuncia, decidieron terminar con su vida.» [02]

Asesinaron también de Cabanillas más familiares de Simona: su madre (Felisa Aguado), un tío materno (Pedro Luis), su otro hermano (Proceso).

Fuentes:
[01] Navarra 1936

[02] Iñaki Egaña (GARA) «75 años de la Barbarie Franquista»: VER

VILLAR OSÉS, Manuel

«A Manuel Villar Osés, “El Chifla”, lo mataron el 30 de agosto junto con muchos más del pueblo de Olite. Un testigo de esta muerte nos dice lo que pasó este día:

A Manuel le tenían interés. Era un hombre entero, decidido, y que no escondía sus ideas. Lo perseguían desde hacía varias semanas. Al fin lo agarraron y lo fusilaron más tarde en Olite. Después de muerto hicieron con él lo que no se puede hacer con nadie. Le cortaron sus partes y se las metieron en la boca: “Ahora chifla – le decían-, ahora chifla …”. Reían como salvajes.»

LORENTE PÉREZ, Jesús

Alias "El Milagros".

«El 2 de agosto mataron a Jesús Lorente Pérez (el Milagros). Un testigo de su asesinato nos dice:

El Milagros era un vecino del pueblo de Milagro, se escapó y anduvo corriendo unos cuatro kilómetros. Lo perseguían por el campo una cuadrilla de diez falangistas, hasta que lo cogieron a la altura de los montes de Unzúe. Antes de que le dieran alcance le habían disparado más de cincuenta tiros, uno de ellos le dio en una pierna. Se puso un pañuelo y siguió corriendo. ¡No, matadme, por favor!, les decía, “hacedlo por mi hija de seis meses”. Lo ataron con catorce cuerdas de segadora y lo hicieron correr de un lado para otro, arrastrándolo por los sembrados. Después, cuando se cansaron, lo mataron allí mismo.»

Fuente:
Hemeroteca de Interviu: VER

Maestra de "La Normal" de Pamplona

Asesinada el día 21 de octubre de 1936 (día de la procesión de Cristo Rey). Su cuerpo apereció en la exhumación de Monreal. Cuando la asesinaron, cuatro días después de la procesión de Cristo Rey, llevaba un "kimono" de melocotones. La habían apaleado violentamente tras violarla entre varios matones, antes de asesinarla. Estaba embarazada. Le llamaban loca ante los enterradores forzosos, para justificar el terrible estado de la pobre maestra.

«LOS FUSILADOS POR CRISTO REY 

A los cinco días de aquellas muertes, el día 21 de octubre de 1936 de la procesión de Cristo Rey, trajeron al mismo lugar a cinco hombres y a una maestra de la Normal de Pamplona. Testigos involuntarios explican lo que vieron:

Estábamos trabajando en una viña. Oímos los tiros, y cuando llegamos, ya estaban muertos. Los falangistas nos dijeron: ¡Esperad aquí!, que vamos a traer a una loca que no para de gritar, la vamos a matar y la enterraremos aquí con los demás. Así lo hicieron. Después que escuchamos los disparos y la mujer dejó de llorar, fuimos a buscarla. Recuerdo que sólo llevaba un pijama con unos melocotones bordados en la camisa. La mujer estaba embarazada y, a pesar de su estado, la habían reventado a golpes después de violarla varias veces. Más tarde supimos que a su marido también los mataron unos días antes que a ella.

Los que asisten a la conversación mueven la cabeza afirmativamente.» [01]

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«Octubre 1936. Búsqueda incansable de los asesinados el día 21 en Monreal

EXTRACTO:

«Justo a los cuatro días de matar a estos que trajeron de Tafalla nos volvieron a llamar a mi hermano y a mí para que volviésemos, que había que enterrar a otros, era sobre las ocho y media de la noche. Como ya sabíamos lo que había ocurrido el día 21 que nos amenazaron con matarnos también si no íbamos, sin rechistar fuimos mi hermano y yo. Como estaba lloviznando hicieron pronto el trabajo, los mataron rápidamente en el alto y cuando los mataron los echaron abajo y nos dijeron: "Ya están para enterrar, pero esperar, que tenemos ahí una loca, ya la vamos a traer y los enterráis a todos juntos".

¡Sí, sí, loca!, la tenían encerrada en uno de los coches, cuando terminaron con los cinco primeros se fueron al coche donde la tenían y la fueron violando uno tras otro, la pobre gritaba y forcejeaba, pero no le sirvió de nada, como ella se resistía la sujetaban los otros y se echaban iguales carcajadas que cuando hicieron sufrir a los del primer día.

Después le dieron dos tiros y cogiéndola entre dos, la echaron encima de los otros desde el alto. Llevaba un quimono blanco con medios melocotones y al echarla encima de los otros, los faros dejaron ver lo que habían hecho con ella, estaba en estado. Luego nos enteramos que era una maestra de la Normal de Pamplona, a su marido le mataron en el Perdón. Allá a los años vinieron familiares a informarse si estaba aquí en Monreal, pero no sabría decir quiénes eran. Cuando les dimos los detalles de cómo era y cómo iba vestida nos dijeron que era de ella misma»


TEXTO COMPLETO

«Fue el grupo de Monreal de los que más nos costó encontrar.

Sabíamos por Lola Díez, hija de Blas, que con los de Peralta que quedaban en la cárcel hasta el día 21 de octubre se encontraban también más personas de Berbinzana, Tafalla y algún otro pueblo, por lo que el día 8 de mayo de 1978, lunes, nos marchamos a Berbinzana, Lola Díez, su hijo Javier Ostivar con la novia Mª Pilar Fernández y yo. Allí nos encontramos con un primo carnal de Lola, Ángel, al que expusimos el motivo de nuestra visita: «Venimos para hablar con vosotros pues vamos a sacar a mi padre, al tío Nicolás y a tu padre, para poder llevarles a Peralta. Vamos a hacer un panteón y así enterraremos a todos allí». Ángel se marchaba al campo con su señora, y ambos se mostraron un tanto extraños, no dijeron nada. Lola les dijo que íbamos a casa de su tío Gerardo.

Nos recibió con todo el cariño del mundo, y mientras hablábamos, llamaron y eran Ángel con su esposa. El pobre no comprendía nada de lo que le habíamos expuesto y preguntó: «¿Qué es lo que me habéis dicho?, no entiendo nada ¿qué le pasó a mi padre? ¿dónde murió? ¿qué le hicieron?».

Gerardo se echó a llorar. No sabía cómo explicarle a su sobrino lo ocurrido. Habían sido tres hermanos los que habían fusilado y a Gerardo no le mataron porque corrió al frente. A duras penas le contó lo ocurrido.

¿Por qué no sabían nada ni Ángel ni su hermano?

Su padre, también Ángel, se había escondido en el campo cuando intentaron cogerlo, pero una vez lo encontraron le fusilaron (sus restos no se puedieron recoger por más que se miró, el terreno era un barranco de Santacara y se supone que se los iría llevando el agua. A la madre de Ángel, Julia Elizalde, la llevaron a la cárcel, estaba embarazada y estando en la cárcel, nació una niña, que murió.

Una vez fuera se fue a vivir con sus padres, que se habían encargado de cuidar de los dos hijos. No salió muy fuerte de la cárcel pero debía trabajar como pudiera para sacar a sus hijos adelante. Se dedicó a lavar en el río o en las casas, por lo que su poca salud se agravó, y tuvo tuberculosis, que la llevó a la tumba.

Los abuelos siguieron cuidando de sus nietos y nunca les dijeron nada de lo pasado, les daba mucha pena, ya que eran tan niños y habían perdido a los padres y a la hermana.

Fue muy duro para Ángel conocer la verda, y el llanto de todos fue unánime. Le recuerdo tantas veces y me dolió mucho que después de tanto buscarle no pudieran sacar sus restos.

El mundo es un pañuelo y ahí aparecen nuestros vecinos, los mencionados «yeseros». Eran muy amigos del «Chato Berbinzana» y éste se los llevó a su pueblo. Allí no les conocía nadie y podrían vivir sin que nadie les mirase mal. Un día fueron a comprar leche a casa de una señora que tenía cabras. al conocer que era de Gallipienzo, le soltaron una fanfarronada de matones: «Mecagüen, de Gallipienzo eran dos hermanicos que matamos en Falces, quisieron morir cantando una jota, les atamos los brazos y cantando una jota a la Virgen de Ujué los matamos».

Aquellos dos hermanicos eran ni más ni menos que dos hijos de esta pobre mujer. Como era todavía tiempo de guerra calló, pero al día siguiente se negó a darles más.

De esta manera y otras semejantes se descubrieron mucho de cuanto habían hecho, pues los matones bocazas no tienen remedio.

El «Chato Berbinzana» fue uno de los más temidos criminales del 36. Su nombre hacía temer lo peor si se nombraba en cualquier lugar de Navarra y La Rioja. Que con sus secuaces estuviera cerca, era presagio de que la muerte acechaba.

Cierto es que hubo otros muchos por todos los pueblos que se llevaron poco o nada con él, pero ciertamente parece que fue caporal, un individuo que sustituía la inteligencia con bestialidad.

Ciertas informaciones afirman que, terminada la contienda, le dejaron de lado sus mentores, y ante sus reclamaciones le pusieron un puesto de poca relevancia para cubrir las apariencias. Pero se tomó a mal que le pagaran con desprecio después de todos los «servicios» prestados.

El tío de Lola, Gerardo nos llevó a visitar a otros familiares, pero ninguno sabía el lugar donde se encontraban.

Lo mismo ocurrió en reuniones con vecinos de Caparroso y Marcilla.

El 16 de mayo vinieron de Berbinzana, el señor Gerardo y el señor Alfaro, que nos plantearon que también querían en el pueblo recoger a los suyos, y en eso quedamos, como lo habíamos acordado con los anteriores. Si se identificaban los cuerpos no había problema, cada pueblo se llevaba los suyos, y si no era posible la identificación, cada pueblo se llevaría el número de los que hubiesen sido asesinados. Al fin y al cabo todos ellos eran lo mismo e igual de queridos para todos.

En Pamplona estuvimos con Juana Mari Burdaspar, y visitamos a las hermanas Tere y Nieves Ricarte Zoco, Francesas, Juanita Castillo viuda de Agustín Rodríguez, Pimpozo, Jesusa Asín, viuda de León Pérez, el Apache, con Juanita Boneta, viuda de Alejandro Castillo Todosio, y algunas otras, que nos acogieron con sumo interés y estaban de acuerdo en la exhumación de los restos.

Pero en la vida no todo es miel y una de las personas que fuimos a visitar nos recibió con gran altivez, negándose en redondo a dar su permiso para exhumar  los restos de su marido.

La conversación fue muy desagradable, a pesar de que le hablábamos con mucho respeto. Cuando le comentamos que todavía no sabíamos el lugar donde estaban, estalló en una risa hueca y burlona diciendo: «¿No tenéis ni idea de dónde están?, yo sí que lo sé». Le rogué que nos dijera el sitio, mas se negó. Nos marchamos y al despedirnos le dije con naturalidad y sin enojo que no se preocupara, que alguien más lo sabría y de una u otra forma los encontraríamos. Bajábamos las escaleras sin hablar, y Juana Mari Burdaspar me dijo cómo había tenido tanta paciencia. No podíamos obligar a nadie, pero de una u otra forma nos enteraríamos, como así fue.

Días más tarde recordó mi madre que había una señora de Peralta Encarna Rox, Puchera, que vivía en Tafalla, aunque no sabía las señas. Ella se había encargado de llevarles la ropa limpia y recoger la sucia, incluso les lavaba. Su hermana Teresa, la Pastora, nos dio las señas y el 18 de mayo fuimos a visitarle Lola Díez, Javier Ostivar, Pilli Fernández, Juanjo, Gerardo, Alfaro de Berbinzana y yo. A partir de aquí prácticamente todo fue coser y cantar.

Encarna nos acompañó a visitar algunas familias, y salvo una, el resto dieron su conformidad. Una de ellas, llorando nos dijo: «Sí, sí, antes de que yo me muera». Era, la señora Adelaida San Martín, esposa del concejal de Tafalla Pedro Martirena, propietaria de una tienda de lencería en la calle Mayor de Tafalla.

Después marchamos a la tienda de la viuda de Saturio García. Nos atendió la hija y su esposo, y nos comentó que conocían el lugar, que habían ido muchas veces a llevar flores. Seguidamente nos mandó a la casa para que estuviéramos con su madre y la reacción fue igual que la de la señora Adelaida.

Tras hablar con el párroco de la Iglesia de Santa María, que nos escuchó con sumo interés, prometiéndonos su ayuda, dimos por terminada la visita. Al fin sabíamos que este segundo grupo de presos de Tafalla estaba en Monreal, y conocíamos el lugar exacto.

Mi madre lloró de alegría, al saber que íbamos a poder recoger a su hermano. Don Francisco Iraceburu, párroco de todos los pueblecitos cercanos a Monreal, se encargó de hablar con el de Monreal, don Miguel Zabalza. Al día siguiente pude hablar con él por teléfono y concertamos una visita para el día siguiente cuando me mostró el lugar donde estaban enterrados.

Ambos párrocos nos brindaron su ayuda incondicional buscando contactos que nos dijeran los lugares exactos, ya que había varios grupos de fusilados de diferentes pueblos. Desde entonces don Miguel nos ayudó cuanto estuvo en su mano.

Quien estuvo de párroco en aquellas fechas fatídicas 1936-1939 en Monreal, había colocado en un árbol una cruz y un letreo que decía así: «Respeten este lugar, es cementerio de 1936».

¿Qué pasó con aquel sacerdote, que de la noche a la mañana desapareció y nada han vuelto a saber de él?

Al fin los habíamos encontrado y la alegría se consolidó en todos nosotros.

Seguía sin ser localizado el grupo de cinco de la cárcel de Pamplona fusilados el 26 de octubre. Teníamos noticias de que pudieran estar en Ibero, y decidimos ir allí Juanjo, Mercedes Ulibarrena y su esposo. En Ibero nos esperaban Leonor Irisarri, Félix y Matías Guinduláin, y Loli Busto, esposa de Félix.

Juanjo, que trabajaba en Ibero, había contactado con algunas personas, para que pudieran informarnos sobre el particular, y nos dieron información precisa y real de que en ese mismo día ni en otros hubiesen llevado a personas de Peralta. Que las 20 personas de ese mismo día sacadas de la cárcel de Pamplona eran de Larraga, y que estaban enterrados en dos grupos de 10, al pie de un pequeño montículo, conocido como «Las tres cruces», porque una señora de Larraga, Orosia Frauca, vivía entonces en Ibero y encargó las tres cruces en hierro para señalar el lugar para una posible búsqueda posterior.

Visitamos a la señora en Pamplona, que nos confirmó la versión recogida en Ibero y que ella los conocía a todos.

Una vez que supimos que los presos del segundo grupo de Tafalla estaban en Monreal, nos pusimos en contacto con los demás pueblos que estaban con los nuestros, Berbinzana, Caparroso, Cáseda, Gallipienzo, Murillo el Cuende, Funes, San Martín de Unx, Pamplona, Tafalla y Peralta.

En cuanto a la fosa de Falces, se comenzó a vislumbrar una solución para exhumar a todos a la vez, pues el párroco que estaba en 1936 dejó anotado el orden en el que estaban enterrados según fechas de enterramiento. Así pues se contactó con todos los pueblos que tenían fusilados allí y poco a poco se fue haciendo más fácil la localización. Había restos de Gallipienzo, Larraga, Olite, Funes y Peralta.

Habíamos hablado con el enterrador de Monreal, y quedamos en ir. El párroco, llamó al enterrador. ¡Pobre hombre! tenía 16 años cuando les enterraron y su hermano unos 20 años. Llorando decía que no lo había olvidado nunca.

«¿Ud sabe todo lo que hicieron con ellos, toda la noche, toda la noche haciéndoles sufrir, no sé cómo podían hacer esas cosas. No vaya a creer que les mataron gente de por aquí, no, no».

«Les obligaban a confesarse y al que no quería le daban de golpes, les tenían atados metidos primeramente en los autobuses en los que les trajeron, pero cuando les apetecía sacaban a algunos y les hicieron mil injurias, y aún se reían, fue horrible, horrible. Cuando ya habían matado a todos y estaban metidos en las zanjas echamos cal viva encima de ellos. Se hizo allí mismo un almuerzo y como no estaban todavía cubiertos de tierra, les echaban los huesos encima y aún hacían chistes de ello, y todos a carcajada. Fue horrible, horrible y tantos hombres, no hay derecho, ¡qué horror!»

Conforme nos lo contaba lloraba como un chiquillo, a veces no podía continuar porque le embargaba la emoción, y se cubría el rostro con las manos. Se llamaba Pablo Ojer, Lorduras.

Bajamos nuevamente al lugar donde estaban, pues ya había otras tumbas con menos hombres y eran de Aoiz, Aós, Yesa, y Pamplona; éstos estaban en una explanada. El grupo de los presos de Tafalla estaban más hacía el río, debajo de los árboles y plantas que habían crecido exhuberantemente.

De primeras calculamos los restos de 64 personas los que íbamos a recoger, pero fueron finalmente 73.

La hija de Saturio García de Tafalla nos ofreció en su nombre y en el de su madre, utilizar el panteón familiar para guardar provisionalmente los restos.

Luis Luri de Azagra, que llevaba el restaurante de Arlas, se ofreció a llevar los cajones en su furgoneta. Lo mismo hizo Alfredo Ruete, Koske, que ya nos había ayudado anteriormente.

Cuando fuimos a sacar los de Falces nos acompañó don Juan José Catalán, pero después del funeral de Peralta, divulgó que Ángel Vidondo se había metido con la familia Sagardía, lo cual es totalmente mentira. En la homilía de Ángel Vidondo se puede comprobar que no dijo ni una sola palabra alusiva ni de esta familia ni de ninguna otra.

Una vez que todos los pueblos teníamos los permisos familiares y de sanidad, marchamos de los siete pueblos a recoger sus restos. Acudimos unas 150 personas, no olvidemos que eran 64 presos, después encontramos más. La carretera se llenó de coches, gente mayor, jóvenes y niños acudimos en busca de nuestros seres queridos. Muchos de nosotros nos conocíamos de siempre, otros acabábamos de hacerlo, pero fue notable la gran voluntad de todos en ayudarnos. Hermanarnos unos con otros, colaborando todos a una con todos sin excepción.

Dentro de la arboleda al fondo se hallaban los presos de Tafalla y de Pamplona. La unidad de nuestros seres queridos en aquellas fosas comunes, hizo que surgiera entre nosotros el mismo sentimiento de hermandad.

Hablando con Pilar García de Cáseda, a quien le mataron al padre, Antero García, me decía: «Para mí es igual si tengo en Cáseda los restos de mi padre o son los de otro compañero, es exactamente igual, ellos sufrieron la misma muerte, se hermanaron en ella, yo les quiero como si todos fueran uno, como si todos ellos fueran mi padre y sé que en los otros pueblos fueron recogidos con el mismo cariño y esto me basta». Y así fue realmente el espíritu que nos unió a todos.

De Tafalla vino la Cruz Roja. El conductor era nieto de un fusilado de Murillo el Fruto, y su padre, Jesús Ausejo, compañero de estudios de Ángel y Tomás Vidondo de Peralta; vive en Tafalla, no faltaba ni un sólo día para ayudarnos en lo que pudiera. Su padre había sido fusilado en la primera revuelta del Fuerte San Cristóbal en 1937.

El terreno había cambiado después de 42 años, por lo que Pablo Ojer, el enterrador, no acertaba a distinguir el lugar exacto. Además estaba muy afectado y al ver aparecer tanta gente todavía se conmocionó más

Se comenzó primeramente a limpiar de maleza y plantas, se sabía que aquél era el lugar y aunque costara había que empezar. El alcalde Antonio Salas de Monreal se fue al pueblo para buscar entre los vecinos más información y se tuviera más seguridad. El hermano de Ojer, vivía, pero no salía ya de casa. Finalmente, entre todos coincidieron con el sitio, podía estar un poco más a la derecha o a la izquierda, pero estábamos en el lugar preciso.

Comenzó a llover de lo lindo, pero se siguió trabajando, se comenzaban a ver algunos restos. Los que estaban dentro de la fosa se calaron, pero allí nos dieron las ocho y media de la tarde y quedamos en volver al día siguiente.

Se estaban sacando los restos de uno de ellos, que pertenecían a alguien de una gran complexión física. Al mostrarlo, Lola comentó llorando: «Yo creo que éste será mi padre, pues era muy fuerte». Su tío Gerardo, llorando también lo dijo: «Sí hija mía, éstos son los restos de tu padre, éste es tu padre». Al no aparecer ningún otro con esa constitución, quedó claro que era el padre de Lola Díez.

Carlos Pérez Gogorza estaba afanoso buscándolos con sumo cuidado, mientras les hablaba: «Pobricos, ¿qué hicieron con vosotros?, ¿qué males habíais cometido? Ya estáis saliendo, os vamos a llevar a casa, pobricos, cuánto hicieron con vosotros».

Cuando la guerra, Carlos tenía 4 años, pero quiso mucho a su hermano Eugenio y se desvivió por todos. En muchos momentos el cariño con que les hablaba hacía que lloráramos todos emocionados.

Mi tía Pilar y mi madre recordaban que a su hermano le faltaba un diente en el lado izquierdo. Así pues estábamos pendientes de ello y al poco de salir el padre de Lola, salió mi tío José Orduña Asín. Esta vez fue Javier Lorea quien sacó la cabeza. Al verla vimos que era él.

Mi madre se metió en la fosa, es la primera mujer que se ve bajando, a la izquierda.

Javier Lorea también fue uno de los que trabajó sacando restos de lo lindo. Los que no podían trabajar dentro de las fosas, nos dedicábamos a recoger los restos y colocarlos en unos u otros cajones. Estos estaban marcados con el nombre de los pueblos y algún otro sin ninguna referencia, para los restos que no conocíamos.

Ya llevábamos un rato sacando restos cuando Ojer se me acercó ya más tranquilo, al ver que salían los restos y nos dijo:

«Quería decirles, que, a los cuatro días de que mataran a este grupo vinieron con cinco hombres más y una mujer y están enterrados a un lado de éstos pero en la misma fosa

No sé de dónde eran pero sí se que les mataron los mismos que mataron a los primeros, pues no se me han olvidado ya jamás, si volviera a verles les reconocería.

Justo a los cuatro días de matar a estos que trajeron de Tafalla nos volvieron a llamar a mi hermano y a mí para que volviésemos, que había que enterrar a otros, era sobre las ocho y media de la noche. Como ya sabíamos lo que había ocurrido el día 21 que nos amenazaron con matarnos también si no íbamos, sin rechistar fuimos mi hermano y yo. Como estaba lloviznando hicieron pronto el trabajo, los mataron rápidamente en el alto y cuando los mataron los echaron abajo y nos dijeron: "Ya están para enterrar, pero esperar, que tenemos ahí una loca, ya la vamos a traer y los enterráis a todos juntos".

¡Sí, sí, loca!, la tenían encerrada en uno de los coches, cuando terminaron con los cinco primeros se fueron al coche donde la tenían y la fueron violando uno tras otro, la pobre gritaba y forcejeaba, pero no le sirvió de nada, como ella se resistía la sujetaban los otros y se echaban iguales carcajadas que cuando hicieron sufrir a los del primer día.

Después le dieron dos tiros y cogiéndola entre dos, la echaron encima de los otros desde el alto. Llevaba un quimono blanco con medios melocotones y al echarla encima de los otros, los faros dejaron ver lo que habían hecho con ella, estaba en estado. Luego nos enteramos que era una maestra de la Normal de Pamplona, a su marido le mataron en el Perdón. Allá a los años vinieron familiares a informarse si estaba aquí en Monreal, pero no sabría decir quiénes eran. Cuando les dimos los detalles de cómo era y cómo iba vestida nos dijeron que era de ella misma».

Acordamos ponernos de nuevo en contacto sobre este grupo, y le pedimos encarecidamente que indagara en el pueblo por si alguno sabía algo más. Le comenté al alcalde lo contado por Ojer y lo que nos pasaba con un grupo de Peralta de Ibero pero que en el pueblo nos aseguraron que no estaban, prometiéndonos indagar sobre ello. Fueron muchas las personas de Monreal que nos ayudaron, a quienes estamos muy agradecidos.

Nuevamente aparecieron dos cabezas prácticamente juntas e iguales y los antebrazos atados con un alambre: «Esos son los Chivite». Junto a sus restos salió un pequeño paquete, eran las monedas que habían usado para casarlos por la Iglesia.

 

Una señora (Esperanza Sánchez de Tafalla) con el pelo blanco comentó: «Ese es Juan Chivite, el pequeño de los hermanos». Le pregunté si lo había conocido: «¿Ves mi pelo?, pues está así desde el día siguiente que les sacaran de la cárcel». «Nos hicimos novios en la cárcel sin conocernos, solamente hablábamos a través de las celdas». Se vieron por primera vez el día que se los llevaron. Esperanza Sánchez, tenía 24 años y estaba presa con 11 mujeres más; creyeron que se las llevarían también, pero las dejaron.

 

El agua seguía cayendo sin descanso y a eso de las ocho y media de la tarde dejamos todo para el día siguiente. Los restos, como ya habíamos acordado con la famlia de Saturio García de Tafalla, los trasladamos en sus respectivos cajones hasta Tafalla y los recogimos en el panteón.

 

En Monreal estaban Leonor y María Irisarri. Les comentaron lo que nos había dicho Ojer, el enterrador, y creímos que era casi seguro que los 5 asesinados del día 25 de octubre eran los que llevábamos tantos días buscando.

 

Al día siguiente nos encontramos con Nieves Vidondo, hija de Félix uno de los cinco asesinados el día 25 de octubre, y le informamos: «¿Dónde?». «En Monreal». Nieves se echó a llorar.

 

Volvimos a Monreal y Carlos Pérez Gogorza, Cholo, llevó una lona para poder proseguir con menos molestias, pues seguía lloviendo mucho. A las tres de la tarde recogimos y los dejamos para el fin de semana siguiente. Estos tres hombres, cada día venían puntualmente, por lo que yo llegué a creer que tendrían algún familiar. Algún día en lugar de venir tres, venían dos, pero siempre los mismos y cada día se colocaban a mi lado y yo hablaba con ellos con toda normalidad. Volveré sobre el tema más adelante.

 

Félix y Matías Guinduláin, pero sobre todo Félix, estaban mosqueados porque presentían que les ocultábamos algo. Él no sabía muchas cosas de lo ocurrido en la guerra, menos todavía de algunos matones o responsables de aquellas muertes. Nosotros recogíamos cada día más información y había cosas que preferíamos callar para evitar el sufrimiento de los familiares.

 

Félix nos lo planteó un día claramente y Juanjo le dijo que entre las personas con las que convivía normalmente había gente a la que no iba a poder mirar igual. Estuvieron en mi casa y les informé de cuanto pude informarle, pues había un familiar responsable de la muerte de su abuelo, que había mandado que le inscribiese fallecido en el término de Monreal.

 

Tomás Vidondo fue informado por su hermana Rita de lo que pasaba y nos pidió que le avisáramos, pues podía reconocer a su tío enseguida, ya que llevaba un puente de platino y unas muelas postizas.

 

Aunque el decreto de confesión le impedía dar más datos, el párroco de Monreal certificó que las familias de los cinco asesinados podían llevarse los restos con la seguridad de que eran sus familiares. Alguien del pueblo sabía que eran los de Peralta.

 

Félix y Loli su esposa fueron informados por el párroco de que entre aquellos restos estábamos sacando a su abuelo.

 

Al conocer los datos, Leonor Irisarri volvió con otra esperanza, convencida de que entre los restos de aquellas seis personas asesinadas estaba su padre. Quien mandó se hiciera la inscripción sabía muy bien que estaban en Monreal, si bien mintió, dando otros lugares.

 

Javier Vidondo, hijo de Félix, lloró amargamente cuando descubrió el acta de defunción de su padre, más al ver la firma del responsable de su muerte en Tafalla, un familiar no de sangre, pero familiar muy directo.

 

En el nuevo viaje a Monreal vino Tomás Vidondo, y al poco de comenzar apareción una medalla de plata de la Milagrosa. Tomás la reconoció: «Aquí está mi tío, llevaba una medalla de la Milagros, que le llevó sor Vitoria» (monja de la Caridad de Peralta). Cuando apareció la cabeza allí estaba el puente de platino de su tío.

 

Estaban todos los familiares de los 5 hombres asesinados el día 25, entre ellos José Luis Ulibarrena y su hermana Mercedes, Esperanza González, esposa de José Irigaray, Pitón; Julia Irigaray, hermana de José, Lola Díez, sobrina, Javier Vidondo, hijo de Félix, y los nietos de Félix y Matías Vidondo, y otros sobrinos y nietos; Leonor y María Irisarri... Por el tamaño y otros detalles identificaron a todos. Efectivamente, salieron donde había indicado Pablo Ojer.

 

Fue una gran alegría, tras las incógnitas que habíamos tenido, que allí estuvieran los cuerpos de Victorino Irisarri, Félix Vidondo, José Irigaray, Isidoro Itúrbide y Francisco Ulibarrena, junto con el de la maestra.

 

Finalmente, el sexto día apareció Juanito Lezáun Pérez, Patán, el hermano de Antonia Lezáun. Su cabeza tenía un tiro en la nuca: «Juanito, Juanito ya has salido, ya has salido, pobrico, pobrico, cuánto hemos sufrido todos...».

 

Terminamos de sacar a todos, nos despedimos de la gente de Monreal, dándoles las gracias a Ojer, al alcalde y a otros vecinos que habían venido.

 

En Tafalla hicimos el reparto por pueblos, y se dejaron en un cajón los restos que habían aparecido de más, entre ellos el de la maestra de Pamplona, por si aparecían sus familiares reclamándolos. Si no fuera así, se recogerían en el panteón de Tafalla.

 

Estábamos muchas personas para recogerles y llevárnoslos para nuestros pueblos. Al ver tal cantidad algunos exclamaban cómo habían podido matar a tantos. Carlos el Cholo respondió: «y aún tiene alguno la poca vergüenza de estar aquí, ni la tuvieron ni la tendrán». El aludido era de Peralta, pero no se dio por enterado, se ve que tenía buenos memoles y sangre fría.

 

Apareció por el panteón el párroco de Cáseda que nos comentó que se corría por el pueblo de Cáseda que pudiera estar el párroco de entonces, don Eladio Celaya Zalduendo natural de Peralta, asesinado también, porque los responsable no lo negaban.

 

Concepción Toledo, sobrina de Eladio, me habló de una señora de Cáseda que sabía de su muerte y que le habían cortado la cabeza igual que a San Juan... Así que quedamos en entrevistarnos con esa señora que vivía en la Chantrea.» [02]

 

[01] 1978/12/21 INTERVIÚ N.136: VER

[02] «Octubre 1936. Búsqueda incansable de los asesinados el día 21 en Monreal»
Boneta.eu VER

SAGARDÍA GOÑI, Familia | Crímen de Gaztelu

Asesinato múltiple de un gran grupo familiar. La madre y siete hijos arrojados a una sima. En total 8 personas asesinadas. 7 eran menores de edad. 3 eran mujeres.

Durante la Guerra civil española se produjo en este lugar uno de los crímenes más espeluznantes de la violencia que se produjo contra personas inocentes de Navarra. Afectó a una familia, la que habían formado Pedro Antonio Sagardia y su esposa Juana Josefa Goñi que tenía ocho hijos, José Martín, Joaquín, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián, Martina, José María y Asunción.

Se desconocen los motivos por los que el padre de 46 años y el hijo mayor de 17 fueron al frente, pero hay testimonios de que fueron obligados. Se quedaron en casa la madre de 38 años con los otros siete hijos entre 16 y el año y cuatro meses de la benjamina. Al principio los vecinos ayudaron a la familia, pero en la medida en que la guerra hacía aumentar las necesidades, se les acusaba de realizar pequeños hurtos de los huertos. Fueron denunciados en el puesto de la Guardia Civil de Santesteban, pero allí se les dio a entender que lo solucionaran a su manera. Al día siguiente unos vecinos hicieron trasladarse a la madre con los niños a una chabola, donde desaparecieron sin dejar rastro. Al parecer fueron arrojados a una sima profunda. La chabola donde estuvieron fue quemada.

El general Sagardia, emparentado con la familia inició una investigación. Los bomberos no pudieron llegar al fondo de la sima y el rastreo de los soldados tampoco encontraron rastros. Fueron detenidos unos vecinos que fueron puestos en libertad provisional. Posteriormente el general Sagardia, aconsejado por sus superiores, interrumpió las investigaciones y el episodió fue olvidado convirtiéndose en tabú.

El padre regresó de la guerra y falleció poco después. El hermano mayor se fue del pueblo emigrando a la Baja Navarra.

Se da el caso que de las apenas medio centenar de mujeres navarra asesinadas en la Guerra Civil tres se encuentran en esta familia vilmente masacrada al arrojar a una sima a la madre y a sus siete hijos e hijas menores, José María y Asunción casi bebés.

Lista de miembros de la familia asesinados:

> GOÑI SAGARDÍA, Juana Josepa (38 años, madre de la familia).

> SAGARDIA GOÑI, Joaquín (16 años, nacido en 1920-6-28).

> SAGARDIA GOÑI, Francisco Javier (14 años, nacido el 1922-8-29).

> SAGARDIA GOÑI, Antonio (11 años, nacido el 1925-9-18).

> SAGARDIA GOÑI, Pedro Julián (9 años, nacido el 1927-3-31).

> SAGARDIA GOÑI, Martina (7 años, nacida en 1929-11-17).

> SAGARDIA GOÑI, José María (4 años. Nacido el 1932-5-30).
> SAGARDÍA GOÑI, Asunción (1 año y 4 meses, nacida el 1935-2-26. Probablemente es la víctima más jóven de la Guerra Civil en Navarra)

Hijos de Josepa y Pedro Antonio: José Martín, Joaquín, Francisco Javier, Antonio, Pedro Julián, Martina, José María y Asunción. Todos salvo el padre y el hijo mayor que estaban en el frente, aparecen en el muro de los nombres en Gaztelu, aunque el Ayuntamiento formalmente sería Donamaría.

¿Quién de ellos era el hijo mayor que marchó forzoso al frente con 17 años y  luego huyó a la Baja Navarra? Por exclusión suponemos que se trata de José Martín.

En Navarra 1936... de Altafaylla nombran al padre como Pedro Sagardía, al parecer el nombre completo era Pedro Antonio Sagardia.

Fuentes: 
> Navarra 1936
> Wikipedia | Gaztelu: VER
> Wikipedia | Víctimas... por localidades: VER

 

 

LÁZARO ECHEVERRÍA, Julia

  •     Profesión: Sastra
  •     Fecha de nacimiento: -
  •     Localidad: Pamplona/Iruñea
  •     Provincia: Navarra
  •     Residencia: -
  •     Fecha de muerte:
  •     Localidad de muerte: Las Ventas
  •     Provincia de muerte: Madrid
  •     Edad de defunción: 24/08/1940
  •     Causa de la muerte:
  •     Paradero: -

Más información:

Muere a la edad de 24 años Fusilada en las Ventas (Madrid) 24/08/1940. Sastra de oficio. Fue detenida en 23/09/1939 y fusilada en el Cementerio del Este.

La historia de Julia Lázaro parece inspirar alguno de los pasajes de la novela "Desde la Noche y la Niebla" de Juana Doña. Puede que parte de los datos estén ficcionados pero representan casos-tipo vividos por muchas de las mujeres detenidas, torturadas, violadas, condenadas a muerte o penas de todo tipo.

Fernando Hernández Holgado en su libro "Mujeres encarceladas: la prisión de Ventas, de la República al franquismo extracta párrafos del pasaje dedicado a Julia:

"Hacía unos días habían detenido a Julia Lázaro, tenía 20 años; a los 2 meses de estar condenada a muerte se dió cuenta de que habvía quedado embarazada de sus violadores. Esperaron a que diese a luz y a los 15 días la fusilaron". Julia tenía en la prisión una hermana que no quiso hacerse cargo de "aquello", le daba horror. El niño fue llevado a una Inclusa, los hospicios se estaban nutriendo en esto meses de criaturas que nunca sabrían que eran hijos de la tortura y el repudio". Doña, 1978, p. 159.

Con algunas alteraciones y mayor profusión de detalles, Juana Doña un tiempo después amplía este pasaje:

"A Julia y María Lázaro las detienen por que son de izquierdas. A María la llevaron enseguida a la Cárcel (Ventas) pero a Julia la dejaron en gobernación nueve o diez días. Allí la violaron nueve policías, nueve indeseables, nueve indecentes. Viene en un estado lamentable e inmediatamente la llevan a juicio y la condenan a muerte. A los tres mese, mientras espera la ejecución, se da cuenta de que está embarazada. No sabe de quién de los nueve y entonces se lo dice a su hermana: <<María estoy embarazada, no se si me van a fusilar, tú te tendrás que quedar con lo que nazca.>> Y Mería le dice: <<No, no me lo voy a quedar, Julia, porque es de nueve hombres que son nueve asesino>> (...)"

En esta versión Doña menciona que una funcionaria de infausta memoria entre las reclusas supervivientes, María Topete, ya tenía apalabrado con la dirección de la Cárcel que  cuando Julia diera a luz le entregaran el niña a ella.

"(...) Después que fusilaran a su hermana María se volcía loca de no haberle reclamado (al niño). Yo no se si el niño se lo quedó La Topete, pero desde luego a María no se lo dieron. Mientras estuvieron en la carcel no le devolvieron al niño".

Fernandez Holgado cuenta en su libro que el expediente de Julia se conserva en el archivo de Las Ventas: Soltera, de profesión Sastra, ingresó el 23 de septiembre de 1939, con 23 años y estaba embarazada. El 7 de junio de 1940 nació un niño al que pondría de nombre "Juan Emilio Lázaro". Fue ejecutada el 24 de agosto de ese mismo año. Dato contrastado con el archivo del cementerio del Este. El hecho de que el niño recibiera el apellido materno pudiera apuntalar la hipótesis de la violación señalada por la novela de Doña. En cuanto a la práctica de niños robados incluso con mujeres reclusas y condenadas a muerte fue lamentablemente un hecho rpetido en otras ocasiones.

FUENTES:

  • Libro "Mujeres encarceladas: la prisión de Ventas, de la República al franquismo". Fernando Hernández Holgado. VER